miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los tatuajes olvidados



Sueño (voz de niño). Sueño.
Googleé sobre el ataúd, dice.
Las manchas de tinta china que te quedaron mal limpiadas parecen tatuajes olvidados.
Otra vez la sintonía filtrándose por las arrugas de mi cerebro. Son pitidos que hacen breves pausas, pero el eco que dejan no permite el silencio absoluto. Me concentré en intentar imaginar el silencio, como para pensar en algo que no sea ese eco. Digamos que del sonido mismo quise crear el silencio, como de una enfermedad creamos los anticuerpos que nos defienden.
Entonces, mi fiebre debería empezar a silenciarse.
El niño, que antes decía “sueño”, ahora solo está en silencio con su computadora portátil, "googleando", sentado sobre el ataúd.
(¿Que será “googlear”?)
Es dulce. Es tierno. Me dice que busca formas para hacer que mis manchas mal lavadas de tinta china, que parecen tatuajes olvidados, se vayan del todo o  se recuerden nuevamente.
¡Una jugada extraordinaria!
¡Un rebote después de un disparo fortísimo, luego una sucesión de disparos que desparramaron a toda la defensa que cuida este triunfo parcial con uñas y dientes!, gritaba excitadísimo el relator del partido que estaba en la tele prendida cerca de mi.
Iba a mostrar la repetición del gol, pero ella apagó la tele.
Sensual, de vestido blanco. Se sentó en el apoya brazos del sillón. Me hizo gesto de que me acerque y me siente junto a ella. De su cartera sacó un algodón y una botella de alcohol etílico.
Es dulce y delicada. Hermosa. Silenciosa. Sus ojos celestes tienen rastros  de tristeza, pero no dejan de ser hermosos. Limpia mi piel. Con atención y cuidado ella limpia mi piel. Es como si limpiara heridas (que lo son, pero heridas no físicas).
Una vez limpio, me sonríe. Se muerde el labio inferior y comienza a liberar sus pechos del escote. Son pequeños y suaves, hermosos. Delicados.
Cuántas cosas hubiera dado por probarlos. Seguramente todo lo que tengo, lo hubiera entregado de a poco, pues, créanme se veían muy adictivos y estoy seguro que después de probarlos por primera vez, iba a querer más.
Pero no pude. El niño había dejado de usar su computadora portátil, también había abandonado su quietud sobre el ataúd y estaba cerca de mí, haciendo garabatos con tinta china sobre mi brazo derecho. Me ensuciaba nuevamente (ahora, teniéndolo tan cerca me sorprendió su parecido conmigo, cuando yo tenía su misma edad).
La chica de ojos celestes me miró confundida, y empezó a alejarse, mientras se desmaterializaba de a poco en el aire, convirtiéndose en viento que golpeaba mi cara y mi pecho.
El chico me miró con alegría incalculada, sonreía bellamente y con algo de inocencia, como si se tratara de alguna travesura suya y sin mover lo labios me decía, retumbando en mi cabeza:
- ¡Ahora vamos a poder divertirnos, je!
Volvió a sentarse sobre el ataúd de madera, y continuó usando su computadora.

1 comentario:

TORO SALVAJE dijo...

El niño se cargó el romance.
Que siga en el ataúd.