Decidí volver por otro camino para hacer más tiempo. Simular
un poco que mi demora era por tener una vida con ocupaciones. Doblé por esa
calle, encontré una empresa grande donde pensé que podía ver si había algún
trabajo para mí.
El hombre de la vigilancia me invitó a dejar mis datos para
que se puedan poner en contacto conmigo más adelante. Lo de siempre: “lo
llamaremos”.
Se está complicando la situación, hay problemas o
preocupaciones girando en mi cabeza. Una calesita que me hincha bastante las
pelotas, los engranajes dando vuelta una y otra y otra vez pueden enloquecerte
fácil y rápidamente.
Mi cabeza se distrae en algunas situaciones, como cuando
escuché los pedales de la bicicleta. Pasó por detrás, me quedé viéndola, se
alejaba y al estar a una cuadra de distancia, sin saber por qué comencé a
seguirla, como si fuera un anhelo de mi existencia, era lo más preciado que tenía y no podía darme el
lujo de perderlo bajo ninguna circunstancia.
Hacía tiempo no corría así. “Vida tranquila” decía el
doctor, unas complicaciones me habían hecho dejar los partidos de fútbol y
cualquier otra actividad. Te tocó, mala suerte.
La estaba alcanzando y se dió cuenta que la seguía, miró
para atrás un par de veces pero en la adrenalina de no llevarse nada puesto por
delante creo que no llegó a verme. Hice mi último esfuerzo (no me sentía mal
pero el cuerpo te hace saber que no está acostumbrado a estos trotes) y la alcancé,
por fin, iba a la par de la bicicleta.
Era una chica. Una mujer al volante. Pelo rubio, corto, pero
lo suficientemente largo para que el viento de la marcha lo pueda hacer bailar
en el aire. Nos vimos, no me salió decirle nada, no sabía por qué la estaba
siguiendo. Ella me sonrió y empezó a tener sentido todo.
Le dije, sin pensar, que valió la pena seguirla para ver esa
sonrisa (me sentí un boludo, pero un boludo valeroso), a ella no le molestó lo
que dije, y se tentó al mismo tiempo que bajaba la velocidad, quizás para
hacerme un favor.
Era lo único que justificaba el acto de levantarme de la
cama ese día. Llegamos a un cruce de calles, un túnel pequeño enfrente y encima
una autopista. Trepó para llegar a la autopista y yo la ayude con la bicicleta.
Una vez arriba me volvió a mirar y a sonreírme. Comenzó a pedalear y la vi
alejarse.
Me quedé mirándola hasta que mi vista no pudo distinguirla
más, sintiendo el viento que iba para aquella dirección. El sol estaba cayendo.
La gente volvía a casa, yo todavía no sabía qué hacer, sólo veía los autos
pasar.
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