sábado, 13 de julio de 2013



Decidí volver por otro camino para hacer más tiempo. Simular un poco que mi demora era por tener una vida con ocupaciones. Doblé por esa calle, encontré una empresa grande donde pensé que podía ver si había algún trabajo para mí.
El hombre de la vigilancia me invitó a dejar mis datos para que se puedan poner en contacto conmigo más adelante. Lo de siempre: “lo llamaremos”.
Se está complicando la situación, hay problemas o preocupaciones girando en mi cabeza. Una calesita que me hincha bastante las pelotas, los engranajes dando vuelta una y otra y otra vez pueden enloquecerte fácil y rápidamente.
Mi cabeza se distrae en algunas situaciones, como cuando escuché los pedales de la bicicleta. Pasó por detrás, me quedé viéndola, se alejaba y al estar a una cuadra de distancia, sin saber por qué comencé a seguirla, como si fuera un anhelo de mi existencia, era  lo más preciado que tenía y no podía darme el lujo de perderlo bajo ninguna circunstancia.
Hacía tiempo no corría así. “Vida tranquila” decía el doctor, unas complicaciones me habían hecho dejar los partidos de fútbol y cualquier otra actividad. Te tocó, mala suerte.
La estaba alcanzando y se dió cuenta que la seguía, miró para atrás un par de veces pero en la adrenalina de no llevarse nada puesto por delante creo que no llegó a verme. Hice mi último esfuerzo (no me sentía mal pero el cuerpo te hace saber que no está acostumbrado a estos trotes) y la alcancé, por fin, iba a la par de la bicicleta.
Era una chica. Una mujer al volante. Pelo rubio, corto, pero lo suficientemente largo para que el viento de la marcha lo pueda hacer bailar en el aire. Nos vimos, no me salió decirle nada, no sabía por qué la estaba siguiendo. Ella me sonrió y empezó a tener sentido todo.
Le dije, sin pensar, que valió la pena seguirla para ver esa sonrisa (me sentí un boludo, pero un boludo valeroso), a ella no le molestó lo que dije, y se tentó al mismo tiempo que bajaba la velocidad, quizás para hacerme un favor.
Era lo único que justificaba el acto de levantarme de la cama ese día. Llegamos a un cruce de calles, un túnel pequeño enfrente y encima una autopista. Trepó para llegar a la autopista y yo la ayude con la bicicleta. Una vez arriba me volvió a mirar y a sonreírme. Comenzó a pedalear y la vi alejarse.
Me quedé mirándola hasta que mi vista no pudo distinguirla más, sintiendo el viento que iba para aquella dirección. El sol estaba cayendo. La gente volvía a casa, yo todavía no sabía qué hacer, sólo veía los autos pasar.
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