- ¿Dónde está tu sonrisa?
No sé.
- ¿La perdiste?
No sé.
- ¿Qué sabés?
No sé.
- Qué no sabés?
No sé.
Sólo sé que hace tiempo algo era distinto, un poco de
inexplicable esperanza había, mal que mal, en todo lo que yo hacía o me
rodeaba. Y de pronto se perdió. Un día simplemente desperté y me encontré con
vos, preguntándome, desde lo más profundo de mi ser, como un eco de mi voz,
todo el tiempo cosas que no podría responder con exactitud, pues son la gran
deuda que llevo conmigo mismo, mientras transpiro toda esta situación de olvido
y despojo hacía la fascinación propia.
- ¿Te aman?
¡Eso sí que lo sé! Y la respuesta es no.
- ¿Te amaron?
No sé, pero puedo suponer que no.
No me creas pesimista, eh. Simplemente, respondo rápido
porque ya me hice esa pregunta hace tiempo, antes de que seas mi inseparable y preguntón
amigo.
Permitíme decirte igual, que a pesar de que en cierto modo
te estimo, me pareces un mala leche. ¡Sí! Aunque te quedes callado. Porque me
preguntás cosas que no sé y que además sabés que me hacen mal.
Es obvio que esa ignorancia hacia los conocimientos mas
esenciales de la vida de uno mismo, debería conocerlos. Pero me tomás por
sorpresa (por eso pienso que sos un poco mala leche), disparando esas preguntas
como balas milimétricamente colocadas en la sien, para dejarme pensando en esas
cosas que debería saber y me recuerdan algunos desdichos de mis días vividos.
¿Vos qué pensarías de mi, si te preguntara todo el tiempo
cosas que no te agradan?
- …
Tu silencio me da la razón.
- ¿Cómo sabés que no te aman?
Pues, aquí me ves, hablando con vos. ¿Te pensás que
estaríamos hablando ahora mismo vos y yo, si tuviera un amor, con quien decir
pelotudeces hasta quedarme dormido?
Hablando de eso, me voy a dormir (si puedo). Porque vos ya
me cagaste la noche, con todas tus preguntas dolorosas e hirientes como
disparos. Son las 5. AM, y la tormenta me despertó del sueño que venía
transcurriendo.
- ¿Qué soñaste?
Otra vez vos, por lo que veo, no dormís un carajo. Soñé con
algo que pasó hace mucho tiempo, pero con ciertos cambios inesperados, ilógicos
como suelen ser los sueños.
Es primavera, de noche, estoy en un sitio de luz tenue,
mirando la más hermosa mujer del lugar. Me mira, me sonríe, yo también a ella.
Me seduce con la mirada, y su constante juego de manos con su pelo. Dibuja
corazones obscenos con los restos de cerveza sobre la mesa.
Empiezo a sentirme valeroso, me entusiasmo con mi
entusiasmo. Me la empiezo a creer un poco. La amo. Y me sentía deseado por
ella. Tomo un trago largo mirándola mirarme. Me levanto, sé bien el objetivo,
ya calculé por dónde empezar a comerle la boca, sigo adelante y se vuelve todo,
a medida que me acerco, lento. Muy lento. Cámara lenta y sin sonido. Blanco y
negro. Ella mira (sensual como siempre) buscándome o buscando algo. Me paro
frente a ella y no me ve, no me percibe. Soy invisible de golpe. Prende un
cigarrillo y me tira el humo en la cara, como si no estuviera, como si nunca
hubiera existido, como si fuera aire, como si fuera tan solo la nada misma.
Secuencias similares me pasan, en el mismo sueño.
- ¿Qué pensás del sueño?
Lo que está más que claro. Que soy invisible, no tengo el
final deseado nunca. Que en el momento de que pase algo, nunca pasa nada y el
silencio llena toda la trama con su ruido de soledad.
- Me tenés a mi.
Si pero vos a veces me aburrís, siempre metiéndote donde no
te importa, además no sos mas que un eco.
- Si, pero soy tu eco. Soy lo que pensás, aunque no quieras
hacerlo, soy el que tiene que escarbarte con las preguntas que no te animás a
hacerte. Soy el que muestra lo que no querés ver.
¡Basta! Sos mi yo inventado. Sos mi yo cómplice de mis
tormentos. Mi imaginación equivocada. El sonido frío del silencio. Sos mi otro
yo, que quiere quedarse con la otra mitad. El todo incompleto. Lo que preguntás
es lo mismo que te preguntás a vos mismo al ver que no me podes ‘tenernos’ del
todo.
Es tu deseo y tu fracaso. Tu cruz.
Empiezo a agitarme, a toser, me falta el aire, me tambaleo
de aquí para allá. Maté mi otra mitad, no estoy mas entero, me falta una parte.
Conciencia.
Los peritos dirán que fue una muerte súbita. Ni un crimen,
ni un homicido, ni nada. Pero soy un criminal. Soy mi propio asesino.
3 comentarios:
la conciencia debe estar enterrada.. es necesario en muchas ocasiones.
Un beso muchacho!
Otro para vos Maga!
gracias por pasar
Muy bueno. La mente nos pone trampas masoquistas, sí
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